Kandahar, la capital del asesinato en Afganistán

Kandahar
Pie de foto, Los asesinatos han debilitado la confianza en las fuerzas de seguridad en Kandahar.

La ciudad de Kandahar, en el sur de Afganistán, está acostumbrada a la violencia. Después de todo, es la cuna del Talibán.

Sin embargo, una reciente ola de asesinatos que ha tenido como blanco a la élite política de la ciudad ha sorprendido hasta a los observadores más habituados a los crímenes.

La historia nos enseña que aquel que esté al mando de Kandahar, la segunda mayor ciudad y la capital histórica de Afganistán, controla el resto del país.

La provincia de mismo nombre es el hogar del presidente afgano, Hamid Karzai, y la mayoría de los líderes del Talibán, incluyendo al mulá Mohamad Omar -el líder espiritual del grupo-, también son oriundos de esta región.

Kandahar es considerada el corazón de la etnia pastún.

Pero el sur de Afganistán también es el principal escenario de guerra del país, donde la insurgencia del Talibán ha mostrado su faceta más atroz.

Generación eliminada

En Kandahar, más de 500 líderes políticos de alto perfil e influyentes ancianos de grupos tribales han sido asesinados en los últimos diez años, según diversas fuentes.

El más notorio de los crímenes fue el de Aimed Wail Karzai, el hermano del presidente afgano, a quien su propio guardaespaldas mató a tiros.

Otras víctimas han sido jefes policiales de las provincias, alcaldes, gobernadores de los distritos, líderes religiosos y de las aldeas, así como profesores, médicos y otros civiles vistos como partidarios del gobierno afgano y de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte).

En el resto del país ocurren asesinatos similares, pero los expertos creen que en el caso de Kandahar el número de homicidios es superior al de todas las otras regiones juntas. En los últimos años se han vuelto cosa de cada semana e incluso de cada día.

Para la población de Kandahar, es como si toda una generación de líderes hubiese sido erradicada.

La "campaña de asesinatos" se intensificó después de que tropas estadounidenses y de la OTAN se dirigieran al sur en 2010, con la intención de desplazar al Talibán de la zona.

Su lema del momento era: "Adonde vaya Kandahar, irá Afganistán; si Kandahar cae, caerá Afganistán".

Las operaciones destinadas a eliminar a los combatientes del Talibán fueron interpretadas como una manera de poner a prueba la estrategia de contrainsurgencia.

Pero es precisamente porque la estabilidad llegó a algunas partes del sur que los rebeldes decidieron intensificar su campaña para eliminar a la élite.

"La situación de seguridad ha mejorado y se han tomado medidas para garantizar una mayor capacidad de gobierno. Por eso, el enemigo están tratando de erradicar a los funcionarios del Estado, para retrasar el proceso", comenta Tooryalai Wesa, gobernador de la provincia de Kandahar.

Conspiraciones y confusión

El Talibán admitió ser responsables de casi todos los homicidios. En repetidas ocasiones han amenazado abiertamente con asesinar a funcionarios afganos y a "todos los que siguen a los invasores extranjeros y que trabajan para fortalecer la dominación foránea".

Es innegable que los insurgentes han obtenido ventaja publicitaria y psicológica a partir de esos crímenes. Incluso en esta peligrosa ciudad, tan habituada a la violencia, la situación ha conmocionado a la población.

Los homicidios golpearon a la élite política del país y cercenaron redes tribales y étnicas, consideradas fundamentales para asegurar la estabilidad regional.

La situación también ha generado sospechas, conspiraciones y confusión.

Muchos residentes culpan a los países vecinos, especialmente a Pakistán, por los asesinatos, una denuncia que estos niegan insistentemente.

La paranoia se ha incrustado profundamente en la mentalidad de la región.

"Mas de 40 países tienen tropas en Afganistán y muchos más han enfocado a sus redes de espías en Kandahar", dice una aldeana que prefiere no revelar su identidad.

"No sabemos quién está haciendo qué, y quiénes son los autores de este desastre".

Bandas de criminales, narcotraficantes y aquellos con disputas y rivalidades personales también estarían tratando de sacar provecho de esta situación.

Este tipo de crímenes conspiran contra los intentos de lograr una disminución general de la violencia, mientras que las bombas colocadas por el Talibán a la vera de las carreteras continúan llevándose vidas.

Asimismo, los enfrentamientos entre la OTAN, las fuerzas armadas afganas y los militantes resultan en la muerte de civiles.

"Cada vez que salgo de mi casa, no estoy seguro de que regresaré con vida", se queja Abdul Hamid, otro residente de Kandahar.

Los asesinatos también generan una falta de confianza en la ciudad y en su estructura. Muchos de los que trabajan en el gobierno saben que las decisiones que tomen pueden conducirlos a la muerte.

"Me han amenazado muchas veces, pero he aprendido a vivir con el riesgo porque quiero ayudarle a mi gente a tener un mejor futuro", asegura un funcionario local que prefiere mantenerse en el anonimato.

El Talibán les hace llamadas amenazadoras y les deja "cartas nocturnas" -notas pegadas en las puertas en la oscuridad de la noche- advirtiéndoles que dejen de trabajar para el gobierno.

"Vine de Pakistán, donde vivía como un refugiado y no tenía trabajo", explica un empleado del gobierno local.

"¿Qué voy a hacer si renuncio a mi trabajo? ¿Cómo voy a alimentar a mi familia sin un sueldo?", se pregunta.

"Cientos y unos"

Otros funcionarios locales han renunciado o se han movilizado a otras partes de Afganistán.

Algunos altos funcionarios ya han escapado ataques. Empleados públicos de menor nivel y civiles que trabajan para la coalición también han sido víctimas de atentados.

La población no puede hablar abiertamente por temor a represalias. Se cuida de no criticar a los empleados gubernamentales afganos, a los estadounidenses, al Talibán y a los países vecinos.

Otra consecuencia de los homicidios es la pérdida del conocimiento y la sabiduría de los ancianos tribales y los jefes de aldeas asesinados.

Esta es precisamente la gente con la que cuenta el gobierno central para mantener unida a una población inquieta ante la gravedad del conflicto en Afganistán, porque el liderazgo es especialmente importante en la cultura afgana.

"Puedes perder a cien, pero no ese uno", dice un famoso proverbio pastún.

Es un sentimiento que muchos afganos entienden y, por lo tanto, temen por las consecuencias que le traerá a Kandahar seguir perdiendo a tantos "unos".